Inclusive cuando la noche se adueña de los sueños más profundos, siente en su alma el anhelo de seguir. Las poesías de su risa y la mirada inquieta y esquiva la hacen ver que nada fue en vano, y que todo lo sucedido está latente en cada una de sus palabras. No sabe lo que es, no sabe pensar ni concatenar hechos y situaciones. La falta de lógica en sus palabras hacen que se nuble en un vacío que ya no sabe como llenar, pero que ella no está dispuesta a soportar. Basta de vueltas y de vaivenes. El camino se dicta por el orden que uno le da a su infructuosa vivencia, y aunque haya varios para elegir, el más acertado es aquel que provoca un aire de culpa con mezcla de vergüenza y extrañamiento insostenible. Porque ése es el que la hace libre y la deja sonreír con ternura.
Sus manos no sienten el calor, pero su piel se tersa con su presencia, y él que no llega a ser un ÉL sigue perdido en una oscuridad tan irracional como irreverente. No, no es necesario esto otra vez, sus lagrimas ya no querían salir, porque su mirada estaba llena de recuerdos felices en los que él ya no participaba, y en los que él no era capaz de estar. El tiempo dictará su conciencia, y ella sabrá que los pesares son mascaras de un adiós que nunca fue bienvenida, y de una ilusión que sirvió para tapar su agonía. Pero estaba claro que todos esos sentimientos encontrados jamás serían amor, porque no había en él, una pizca del hombre que era necesario para sostenerla.
Ella estaba segura y dispuesta a algo para lo que él no era suficiente.
Ella sabía que sería difícil, porque se había acostumbrado a la idea de tener a alguien en quien pensar. Pero sería más plena cuando por fin viera, que él no era digno de su pesar.
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